En 1901 se publicó en National Geographic Magazine (Vol XII-Year 1901, págs. 1-12) un artículo de George O. Squier, capitán del Signal Corps (U.S.A.) titulado “The Influence of Submarine Cables upon Military and Naval Supremacy”. Comenzaba con el texto que transcribo:
La no entrega accidental de dos mensajes cablegráficos del Ministro de Marina (Bermejo) al Comandante en Jefe de la Escuadra Española (Cervera) en Martinica, sin duda cambió en gran medida toda la historia de la Guerra Hispano-americana.
Uno de estos telegramas le informaba de que había un suministro de carbón cerca y el otro le otorgaba permiso para regresar de inmediato, con su escuadra, a España.
La firme posición del Almirante Cervera contra el envío de la escuadra española desde la costa de España a las aguas de las Indias Occidentales se muestra de manera heroica y casi patética en la reciente publicación, con permiso de la Reina Regente, de los despachos oficiales. En Cabo Verde, y antes y después, por cable y por carta, señala la falta de preparación de su escuadra y predice su destrucción segura si continúa. Conociendo sus firmes puntos de vista, es probable que no hubiera perdido tiempo en cargar carbón y emprender el regreso a España. Si la escuadra de Cervera hubiera regresado a España, no habría habido campaña en Santiago, la escuadra volante probablemente hubiera sido enviada a la costa de España y las operaciones terrestres en Cuba se habrían dirigido contra La Habana.
Si la flota de Cervera no hubiera sido eliminada, quién puede decir cuánto tiempo no habría podido resistir España y cuánta sangre y dinero adicionales habría costado la lucha a los Estados Unidos.
La historia de la guerra hispanoamericana es en gran medida una historia de “carbón y cables”. Esa guerra demostró por primera vez la influencia dominante de las comunicaciones por cable submarino en la conducción de una guerra naval.
La no entrega accidental de dos mensajes cablegráficos del Ministro de Marina (Bermejo) al Comandante en Jefe de la Escuadra Española (Cervera) en Martinica, sin duda cambió en gran medida toda la historia de la Guerra Hispano-americana.
Uno de estos telegramas le informaba de que había un suministro de carbón cerca y el otro le otorgaba permiso para regresar de inmediato, con su escuadra, a España.
La firme posición del Almirante Cervera contra el envío de la escuadra española desde la costa de España a las aguas de las Indias Occidentales se muestra de manera heroica y casi patética en la reciente publicación, con permiso de la Reina Regente, de los despachos oficiales. En Cabo Verde, y antes y después, por cable y por carta, señala la falta de preparación de su escuadra y predice su destrucción segura si continúa. Conociendo sus firmes puntos de vista, es probable que no hubiera perdido tiempo en cargar carbón y emprender el regreso a España. Si la escuadra de Cervera hubiera regresado a España, no habría habido campaña en Santiago, la escuadra volante probablemente hubiera sido enviada a la costa de España y las operaciones terrestres en Cuba se habrían dirigido contra La Habana.
Si la flota de Cervera no hubiera sido eliminada, quién puede decir cuánto tiempo no habría podido resistir España y cuánta sangre y dinero adicionales habría costado la lucha a los Estados Unidos.
La historia de la guerra hispanoamericana es en gran medida una historia de “carbón y cables”. Esa guerra demostró por primera vez la influencia dominante de las comunicaciones por cable submarino en la conducción de una guerra naval.
La guerra hispano-estadounidense de 1898 es una guerra que nunca pudo ganar España. Fue provocada por un trasnochado patrioterismo español y por el imperialismo depredador de los Estados Unidos. El almirante Pascual Cervera y Topete sabía perfectamente que la escuadra española se dirigía a un desastre enfrentándose a los barcos norteamericanos en la batalla de Santiago de Cuba (03/07/1898).
Lo realmente interesante del artículo del capitán Squier es la palabra “accidental”; aparece en su texto en primer lugar: “The accidental non-delivery of two cable messages…”.
A Cervera se le instruyó una causa por las responsabilidades de la destrucción de la flota en la batalla naval de Santiago de Cuba; el procedimiento fue sobreseído sin culpa. En 1899 publicó un libro, Colección de Documentos referentes a la Escuadra de Operaciones de las Antillas (El Ferrol, Imprenta de El Correo Gallego, 1899). Este es el libro a que se refiere el capitán Squier. En el libro se transcriben todos los documentos cruzados con el almirante Cervera, por orden cronológico.
Los dos telegramas (libro citado, pags. 92 y 93) que cita Squier son los siguientes:
EL MINISTRO (BERMEJO) AL ALMIRANTE (CERVERA)-Martinica. Madrid 12 mayo 1898.
“…-Ampliación crédito, otras 15.000 libras sobre la misma casa de Londres. -Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas (carbón) debe llegar a ese puerto a las órdenes Capitán Alicante. Puede disponer V.E. de ambos buques.”
EL MINISTRO (BERMEJO) AL ALMIRANTE (CERVERA).-Martinica. Madrid 12 mayo 1898.
“Desde su salida han variado las circunstancias. -Se amplían sus instrucciones para que, si no cree que esa escuadra opere ahí con éxito, pueda regresar Península, reservando su derrota y punto recalada, con preferencia Cádiz. - Acuse recibo y exprese su determinación.”
Cervera hizo constar en el libro que publicó que: Ninguno de estos telegramas los conocí hasta mi llegada a España. -El último lo sospeché en Santiago de Cuba.
A Cervera se le instruyó una causa por las responsabilidades de la destrucción de la flota en la batalla naval de Santiago de Cuba; el procedimiento fue sobreseído sin culpa. En 1899 publicó un libro, Colección de Documentos referentes a la Escuadra de Operaciones de las Antillas (El Ferrol, Imprenta de El Correo Gallego, 1899). Este es el libro a que se refiere el capitán Squier. En el libro se transcriben todos los documentos cruzados con el almirante Cervera, por orden cronológico.
Los dos telegramas (libro citado, pags. 92 y 93) que cita Squier son los siguientes:
EL MINISTRO (BERMEJO) AL ALMIRANTE (CERVERA)-Martinica. Madrid 12 mayo 1898.
“…-Ampliación crédito, otras 15.000 libras sobre la misma casa de Londres. -Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas (carbón) debe llegar a ese puerto a las órdenes Capitán Alicante. Puede disponer V.E. de ambos buques.”
EL MINISTRO (BERMEJO) AL ALMIRANTE (CERVERA).-Martinica. Madrid 12 mayo 1898.
“Desde su salida han variado las circunstancias. -Se amplían sus instrucciones para que, si no cree que esa escuadra opere ahí con éxito, pueda regresar Península, reservando su derrota y punto recalada, con preferencia Cádiz. - Acuse recibo y exprese su determinación.”
Cervera hizo constar en el libro que publicó que: Ninguno de estos telegramas los conocí hasta mi llegada a España. -El último lo sospeché en Santiago de Cuba.
Atlantic Cables. 1858 |
El libro de Headrick dedica la primera parte de su libro al telégrafo y a los cables submarinos. La tecnología de los cables submarinos fue la más sofisticada del siglo XIX. Un cable submarino estaba formado por un alambre de cobre recubierto con gutapercha (látex del árbol Palaquium gutta) y con una capa exterior metálica. En las distancias largas había que aumentar la densidad del cobre, por razones técnicas, hasta alcanzar, en el cable Nueva York-Brest, 162 kilogramos por kilómetro. Después de varios intentos fallidos el primer cable submarino bajo el océano Atlántico se culminó el 27 de julio de 1866.
La tecnología del cable submarino estuvo, inicialmente, controlada por Gran Bretaña. Por ejemplo, en 1896, había treinta barcos cableros, de los cuales veinticuatro eran británicos y solamente tres franceses. La cantidad de cables submarinos era enorme. Es necesario tener en cuenta que las conexiones eran múltiples; el total mundial de cables submarinos en 1892 era de 334 (221.144 Km.) de los cuales 257 eran controlados por compañías británicas.
Hay otro acontecimiento histórico en el que las comunicaciones telegráficas tuvieron una importancia decisiva. No es casual que se produjera en el mismo año en que tuvo lugar la guerra hispano-estadounidense.
Se trata del conocido como “Incidente de Fashoda”. Fashoda (actual Kodok , en Sudán del Sur) se encuentra en las orillas del Nilo Blanco. El 10 de julio de 1898 una expedición francesa, dirigida por el mayor Jean-Baptiste Marchand, llegó a Fashoda donde estableció un campamento en espera de otras dos expediciones francesas que nunca llegaron. El objetivo francés consistía en establecer una conexión fija entre las posesiones francesas en la costa occidental africana con la Somalia francesa (en el cuerno de Africa). Obviamente, esta actividad chocaba con el interés estratégico del Imperio Británico por el control de la cuenca del Nilo. En este caso, tanto por la conexión con las posesiones británicas del Africa Oriental como por el control del Mar Rojo y la ruta hacia la India.
Respecto a los británicos es preciso retroceder hasta la derrota y muerte en Jartum del general Charles George Gordon (Gordon Pachá) en enero de 1885 a manos del ejército del autoproclamado “Madhi” que, con la ayuda de los clanes Baqqarah (beduinos centroafricanos), proclamó una “yihad” contra los otomanos, los egipcios y los británicos. A fines de 1895 se preparó la reconquista del Sudán. El comandante fue Herbert Kitchener, como “sirdar” del ejército egipcio y con tropas sudanesas y británicas. Kitchener, organizador metódico, diseñó una excelente comunicación logística que comprendía un ferrocarril que llegaba hasta cerca de Omdurman (Atbara). Paralelo al ferrocarril se construyó una línea telegráfica que conectaba con El Cairo y desde allí con Londres.
Se trata del conocido como “Incidente de Fashoda”. Fashoda (actual Kodok , en Sudán del Sur) se encuentra en las orillas del Nilo Blanco. El 10 de julio de 1898 una expedición francesa, dirigida por el mayor Jean-Baptiste Marchand, llegó a Fashoda donde estableció un campamento en espera de otras dos expediciones francesas que nunca llegaron. El objetivo francés consistía en establecer una conexión fija entre las posesiones francesas en la costa occidental africana con la Somalia francesa (en el cuerno de Africa). Obviamente, esta actividad chocaba con el interés estratégico del Imperio Británico por el control de la cuenca del Nilo. En este caso, tanto por la conexión con las posesiones británicas del Africa Oriental como por el control del Mar Rojo y la ruta hacia la India.
Respecto a los británicos es preciso retroceder hasta la derrota y muerte en Jartum del general Charles George Gordon (Gordon Pachá) en enero de 1885 a manos del ejército del autoproclamado “Madhi” que, con la ayuda de los clanes Baqqarah (beduinos centroafricanos), proclamó una “yihad” contra los otomanos, los egipcios y los británicos. A fines de 1895 se preparó la reconquista del Sudán. El comandante fue Herbert Kitchener, como “sirdar” del ejército egipcio y con tropas sudanesas y británicas. Kitchener, organizador metódico, diseñó una excelente comunicación logística que comprendía un ferrocarril que llegaba hasta cerca de Omdurman (Atbara). Paralelo al ferrocarril se construyó una línea telegráfica que conectaba con El Cairo y desde allí con Londres.
El ejército del Madhi fue derrotado en la batalla de Omdurman el 2 de septiembre de 1898. Inmediatamente después Kitchener abrió las instrucciones selladas del Primer Ministro Salisbury. Se le ordenaba dirigirse a Fashoda para impedir que Marchand estableciera un protectorado francés en la zona. Salió el día 10 de septiembre y llegó a Fashoda el 18. Se entrevistó con Marchand de forma cortés y diplomática; Kitchener sabía hablar perfectamente francés. Se volvió a Omdurman y desde allí envió el 24 de septiembre un telegrama a Londres que llegó el mismo día.
En el telegrama decía: Le faltan municiones y suministros... está aislado del interior y su transporte acuático es bastante inadecuado. No tiene seguidores en el país y si hubiéramos tardado quince días en aplastar al Califa, nada podría haberlo salvado a él y a su expedición de ser aniquilados por los derviches. Marchand se da cuenta de la inutilidad de todos sus esfuerzos y parece tan ansioso de regresar como nosotros de facilitar su partida.
Era una deliberada exageración, por no decir que era mentira. Marchand no tenía ninguno de los problemas apuntados. Pero sí había un obstáculo, los británicos no le permitieron el acceso al telégrafo. Ahí estuvo la clave del asunto. Salisbury envió al ministro de Asuntos Exteriores francés, Théophile Delcassé, una copia del telegrama de Kitchener. Esta fue la única información que tenía el gobierno francés en las negociaciones que estableció con los británicos. Creyeron que la posición de Marchand era insostenible.
Aquí aparece una paradoja. En Francia y en Gran Bretaña había dos corrientes claramente diferenciadas; una era beligerante y otra pragmática. En Gran Bretaña un grupo quería que el imperio mostrara su fuerza; otros, entre los que se contaba Salisbury, eran más cercanos a la realidad, no querían la guerra. En Francia era parecido pero un poco más complicado. El “affaire” Dreyfus intoxicaba todo. Los anti-dreyfusistas, y sus aliados antisemitas en la Iglesia y el Estado, querían que Francia fuera un imperio respetado y, por otra parte, la izquierda condenaba el imperialismo y apoyaba a Dreyfus.
Delcassé, además, sabía que la flota francesa, en aquel momento, era una broma comparada con la todopoderosa Royal Navy. Su posición había ido cambiando y ahora se encontraba entre los que no querían la guerra. Por todo ello la redacción del telegrama de Kitchener le venía muy bien. Lo creyera verosímil o no había llegado a la conclusión de que había que evitar el enfrentamiento con los británicos y retirarse de Fashoda. El problema era como conseguirlo de una forma honorable.
En el telegrama decía: Le faltan municiones y suministros... está aislado del interior y su transporte acuático es bastante inadecuado. No tiene seguidores en el país y si hubiéramos tardado quince días en aplastar al Califa, nada podría haberlo salvado a él y a su expedición de ser aniquilados por los derviches. Marchand se da cuenta de la inutilidad de todos sus esfuerzos y parece tan ansioso de regresar como nosotros de facilitar su partida.
Era una deliberada exageración, por no decir que era mentira. Marchand no tenía ninguno de los problemas apuntados. Pero sí había un obstáculo, los británicos no le permitieron el acceso al telégrafo. Ahí estuvo la clave del asunto. Salisbury envió al ministro de Asuntos Exteriores francés, Théophile Delcassé, una copia del telegrama de Kitchener. Esta fue la única información que tenía el gobierno francés en las negociaciones que estableció con los británicos. Creyeron que la posición de Marchand era insostenible.
Aquí aparece una paradoja. En Francia y en Gran Bretaña había dos corrientes claramente diferenciadas; una era beligerante y otra pragmática. En Gran Bretaña un grupo quería que el imperio mostrara su fuerza; otros, entre los que se contaba Salisbury, eran más cercanos a la realidad, no querían la guerra. En Francia era parecido pero un poco más complicado. El “affaire” Dreyfus intoxicaba todo. Los anti-dreyfusistas, y sus aliados antisemitas en la Iglesia y el Estado, querían que Francia fuera un imperio respetado y, por otra parte, la izquierda condenaba el imperialismo y apoyaba a Dreyfus.
Delcassé, además, sabía que la flota francesa, en aquel momento, era una broma comparada con la todopoderosa Royal Navy. Su posición había ido cambiando y ahora se encontraba entre los que no querían la guerra. Por todo ello la redacción del telegrama de Kitchener le venía muy bien. Lo creyera verosímil o no había llegado a la conclusión de que había que evitar el enfrentamiento con los británicos y retirarse de Fashoda. El problema era como conseguirlo de una forma honorable.
Fashoda, llegada de los británicos. 1898 |
Hay una anécdota menor (la cuenta Headrick), en el curso de estos acontecimientos, que resulta muy reveladora. En un momento determinado la flota británica fue puesta en estado de alerta. Se ordenó a la Flota del Canal que se dirigiera a Gibraltar. Entonces el cable submarino a Dakar quedó en silencio. El gobernador de Senegal movilizó las defensas. Cinco días después el cable estaba reparado. ¿Fue, como preguntó Maxime de Margerie con un toque de ironía «una simple coincidencia»?.
En este caso también, el control de las comunicaciones fue decisivo. La aparente, y falsa, neutralidad de las comunicaciones se derrumbó. A partir de aquel momento quedó claro que, una vez más, la tecnología estaba al servicio de los intereses estratégicos de las potencias. Y por primera vez el asunto tenía un genuino carácter global.
BIBLIOGRAFIA
Pascual Cervera y Topete. Colección de documentos referentes a la Escuadra de Operaciones de las Antillas. Imprenta de "el Correo Gallego", El Ferrol, 1899.
Daniel R. Headrick. The Invisible Weapon. Telecommunications and International Politics 1954-1945. Oxford University Press, 1991. ISBN 978-0195062731
Imágenes procedentes de web de investigación de Bill Burns. History of the Atlantic Cable & Undersea Communications.