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Susan Sontag. Sincretismo cultural.

Maria Irene Fornes (1930-2018), dramaturga de origen cubano, que fue amante de Susan Sontag entre 1959 y 1963, la describió muchos años más tarde: “un ratón de biblioteca, que por lo general no son muy atractivos, pero ella era muy atractiva, y la prueba de que esa mujer guapísima era un ratón de biblioteca es que Sartre, nada menos que Sartre, entraba en un café y buscaba a Susan para sentarse a su mesa. ¡Sartre!”.
Lo cuenta Benjamin Moser en la biografía de Susan Sontag (Susan Sontag. Vida y obra, 2019) que fue galardonada en 2020 con el premio Pulitzer; es una obra excelente. El trabajo de Moser fue criticado desde su publicación.  El 23 de septiembre de 2019 la revista New Yorker publicó un artículo firmado por Janet Malcolm. En dicho artículo califica la biografía como tendenciosa; dice que se presenta a Sontag como alguien abrumado por el miedo y la inseguridad. Indica que (Moser) hacia la mitad de la obra “se quita la máscara de observador neutral y se revela a sí mismo como un adversario intelectual de su sujeto”. Malcolm critica que Moser le da demasiada importancia a la ocultación, por parte de Sontag, de su lesbianismo y como esta actitud perjudicó al movimiento homosexual, sobre todo en la época de la epidemia del SIDA. 
La biografía me pareció atípica, no sigue una secuencia cronológica. Cada capítulo es un tema, no un evento. Según va identificando aspectos importantes de la personalidad de Susan Sontag, sigue el desarrollo de cada uno de dichos aspectos, a lo largo de la peripecia vital, hasta que culmina en unas pequeñas conclusiones. 
Todo ello implica que la biografía se construye como una especie de puzle en que las distintas (o distinguibles) características de la personalidad de Sontag adquieren una entidad propia a la vez que se integran en el conjunto. Se podría calificar, con cierta sorna, de biografía “conceptual”.
Respecto a la crítica de Janet Malcolm, hace ya tiempo que leo los libros de Historia como si fueran relatos tendenciosos. Los historiadores analizan las fuentes primarias (o de grados superiores) y cuando elaboran sus ensayos resulta imposible que no dejen rastros de sus creencias, convicciones o prejuicios. La honestidad no estaría en el resultado sino en la identificación de las fuentes y, creo, en la ausencia de afirmaciones categóricas. La verdad, inalcanzable, solamente puede ser presentada por aproximación; el carácter difuso del relato es inevitable.
Maria Irene Fornes.
Además, con las biografías cometemos el error de considerarlas totalmente fiables. Hay una especie de “suspensión de la incredulidad”. Tal vez al tratar de la peripecia de una persona tendemos a difuminar la frontera entre no ficción y ficción. 
Volviendo a la biografía; Susan Sontag (1933-2004) fue un genio, una de las mentes más brillantes de su época. Fue una mujer atormentada, tuvo una infancia difícil, su padre murió cuando tenía cinco años y su madre era una mujer narcisista y alcohólica. Sontag, según Moser, tuvo que asumir, como todos los hijos de alcohólicos, la carga de ser la responsable de su madre. Esta experiencia es la que seguramente le empujó a refugiarse en la lectura. Se convirtió en una erudita a una edad muy temprana y siempre deslumbró con su inteligencia y conocimientos a todos los que se le acercaban. Sin embargo, tenía una notoria incapacidad para gestionar su vida cotidiana y su empatía tenía un carácter eminentemente intelectual. Tal vez, siguiendo a Freud (lo estudió y escribió sobre él), consideraba que “el cuerpo existe como un síntoma de las exigencias de la mente”
Los análisis y ensayos que escribió Sontag revelan su ojo clínico. Su formación generalista le permitía saltar de un campo a otro con total fluidez. Era lo que se conoce como un “polímata”, las personas que son capaces de combinar conocimientos de diferentes disciplinas a la hora de extraer conclusiones.
El historiador británico Peter Burke publicó en 2020 “El polímata. Una historia cultural desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag” (Alianza Editorial, 2022). El profesor Burke apunta, entre otras, la tipología distintiva entre dos variedades de polímatas, “el tipo centrífugo, que acumula conocimientos sin preocuparse por sus interrelaciones, y el erudito centrípeto, que tiene una visión de la unidad del saber e intenta encajar entre sí sus diferentes partes en un sistema global. El primero se regocija en su curiosidad omnívora, o más bien la padece. Los polímatas del segundo grupo están fascinados —algunos dirían obsesionados— por lo que uno de ellos, Johann Heinrich Alsted, denominaba «la belleza del orden»”.
Harriet Sohmers y Susan Sontag.
Un ejemplo que me ha parecido pertinente. Hay una serie de televisión (House, 2004-2012) que escenifica perfectamente el concepto de polímata. Trata de un médico (un tipo más bien insoportable), jefe de un pequeño equipo de especialistas, que resuelve casos aplicando técnicas muy diversas, combinando procedimientos aparentemente antitéticos. Actúa como un generalista que conoce en profundidad los límites (y el alcance) de las especialidades médicas. Estaríamos ante un supuesto cercano al “polímata centrípeto”. Su capacidad de elaborar diagnósticos adecuados estaría relacionada con la posibilidad (y la valentía) de “mezclar” mecanismos (artefactos) y protocolos integrándolos en una sola herramienta de análisis.
Por otra parte, creo que Susan Sontag era una polímata centrífuga. En su infancia leía enciclopedias; su voracidad lectora revelaba la adicción a los datos y al aprendizaje no estructurado. Más tarde se matriculó en la Universidad de Chicago (entre 1949 y 1951). No fue casual, la de Chicago era una universidad atípica. Y no solamente porque admitía, en pie de igualdad, a hombres y mujeres, sino que extendía esa admisión a afroamericanos y judíos.
El rector de Chicago (desde 1929 hasta los años 1950) fue Robert Maynard Hutchins. Hutchins era un furibundo partidario de la formación generalista. Según contaba Robert Silvers (fundador de The New York Review of Books): «La Universidad de Chicago era un conjunto de lecturas. Empezaba con la Física de Aristóteles, que todos los alumnos leían en uno o dos cursos distintos. También estaban la Poética de Aristóteles, La República de Platón, la obra de San Agustín» y un largo etcétera, en un recorrido exhaustivo por la historia de la filosofía occidental que concluía aproximadamente con Marx y Freud. La ciencia se consideraba parte fundamental de la formación universitaria: «Todo el mundo tenía que saber algo de fisiología. Todo el mundo tenía que saber algo de física», afirmó Silvers. «Se suponía que todo el mundo tenía cierto conocimiento de la teoría cuántica».
El currículo de Chicago se adaptaba como un guante a los intereses y la formación de Susan Sontag. Después continuó estudios en Harvard, Oxford y París; en esta última ciudad vivió junto a su amiga Harriet Sohmers. A principios de los años 1960 se instaló en Nueva York. Cuando publicó en 1964, en la revista Partisan Review, “Notas sobre lo Camp” (incorporado como capítulo en su libro “Sobre la interpretación”) provocó una enorme polémica. 
Era un ensayo sobre “una manera de mirar el mundo como fenómeno estético”. La importancia de las cosas no se establecía en “términos de belleza, sino de grado de artificio, de estilización”. El ejemplo perfecto radicaría en el Modernismo (“Art Nouveau”), las bocas de Metro de París con tallos de orquídeas de hierro forjado (Hector Guimard). 
En el ensayo hace su afirmación definitiva: ”La primera sensibilidad, la de la alta cultura, es básicamente moralista. La segunda sensibilidad, la de los estados extremos del sentimiento, representada en gran parte del arte contemporáneo de vanguardia, obtiene su fuerza de una tensión entre la moral y la pasión estética. La tercera, la sensibilidad camp, es enteramente estética”.
Terminaba integrando una visión unitaria sobre la cultura, tanto la alta como la baja cultura (representada por lo “camp”). Como aclaración, según el diccionario de la RAE la tercera acepción de cultura es “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”.
Sontag defendía que los cantantes pop, los comics y la ciencia-ficción eran tan importantes (y trascendentales) como Diderot, Marx o Nietzsche. Lo que había hecho era ampliar el foco de la mirada; ver distintas disciplinas desde una perspectiva (o un lenguaje) común. Las contradicciones se diluían (algo) al efectuar un abordaje más generalista. Y, además, la mirada global permitía, al incorporar cierta ingenuidad, hacer descubrimientos nuevos en cada una de las disciplinas implicadas.
Susan Sontag. Lynn Gilbert, 1979.
En realidad, todo esto está relacionado con lo que se conoce como “Teoría General de Sistemas” (TGS). El origen de la TGS se encuentra en los estudios del biólogo Ludwig von Bertalanffy (1901-1972). Publicó en 1968 un libro (General System theory: Foundations, Development, Applications). Se basaba en “la observación de que los procesos sistémicos se repiten isomórficamente en muchas disciplinas” (Horfkirchner y Rousseau). Este aparente galimatías es el que permite la construcción de modelos de trabajo parecidos en diferentes disciplinas. Dichos modelos, elaborados mediante la deconstrucción y la reconstrucción, permiten fabricar herramientas más sencillas que la realidad que analizan. Lógicamente el proceso de simplificación empobrece la realidad, pero permitiría inferir patrones comunes a varias disciplinas. La pérdida que se produce en la simplificación se recuperaría (ampliamente) mediante el intercambio de avances producidos en una disciplina a otras disciplinas. Curiosamente, y no por casualidad, Bertalanffy empezó a elaborar sus tesis en 1937 en la Universidad de Chicago. La TGS ha sido y es un asunto controvertido. El mayor defecto de la TGS ha sido su incapacidad para elaborar un mecanismo “nítido” de interconexión disciplinar. No es la “gran solución”; sin embargo, sus aportaciones han permitido una discusión sobre la naturaleza del “modelo” y sus aplicaciones en diferentes ámbitos.
Ludwig Bertalanffy. 1926.
En definitiva, Susan Sontag era una generalista. Creo que el futuro de nuestra civilización radicaría precisamente en no perder esta visión generalista.
Según recuerda Peter Burke, a Hutchins (rector de Chicago) “le había impresionado, cuando no inspirado, la crítica del polímata Ortega y Gasset a la excesiva especialización”.
Precisamente Ortega, en la “Rebelión de las masas” (1927-1930), en el capítulo titulado “La barbarie del «especialismo»” lo apunta con claridad meridiana: 
“Porque antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes, en más o menos sabios y más o menos ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de esas dos categorías. No es sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es «un hombre de ciencia» y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”.

Bibliografía
Benjamin Moser. Sontag. Vida y obra. Anagrama, 2020. ISBN 978-8433908131
Peter Burke. El polímata: Una historia cultural desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag. Alianza Editorial, 2022. ISBN 978-8413625010
Ludwig von Bertalanffy. General System theory: Foundations, Development, Applications. Prefacio de Wolfgang Hofkirchner y David Rousseau. Braziller, 2015. ISBN 978-0807600153
José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Espasa, 2009. ISBN 978-8467031782.