“Era tan maravilloso el espectáculo aquella mañana de mayo del año 1910, en que nueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiración. Vestidos de escarlata y azul y verde y púrpura, los soberanos cabalgaban en fila de a tres, a través de las puertas de palacio, luciendo plumas en sus cascos, galones dorados, bandas rojas y condecoraciones incrustadas de joyas que relucían al sol. Detrás de ellos seguían cinco herederos al trono, y cuarenta altezas imperiales o reales, siete reinas, cuatro de ellas viudas y tres reinantes, y un gran número de embajadores extraordinarios de los países no monárquicos. Juntos representaban a setenta naciones en la concentración más grande de realeza y rango que nunca se había reunido en un mismo lugar y que, en su clase, había de ser la última. La conocida campana del Big Ben dio las nueve cuando el cortejo abandonó el palacio, pero en el reloj de la Historia era el crepúsculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo, con un moribundo esplendor que nunca se vería otra vez.”
Este el comienzo de “Los cañones de agosto” un fascinante libro de historia sobre las causas y primeros avatares de la Gran Guerra (1914-1918) escrito por Barbara W. Tuchman (1912-1989) y publicado en 1962. Obtuvo por ello el Premio Pulitzer en 1963. Es un pormenorizado estudio de los hechos y las causas que contribuyeron a la conflagración. Además, sobre todo, es un relato ameno, bien hilado e inteligible. En un ensayo histórico es una proeza.
Funeral of King Edward VII. Kaiser, Duke of Connaught, King George V. Bain News Service. 20/05/1910. Library of Congress |
Según el prologuista, Robert K. Massie (historiador), el libro tenía cuatro cualidades destacables. Numerosos detalles, que mantienen “al lector atento a los acontecimientos”; “un estilo diáfano, inteligente equilibrado y lleno de ingenio” y ausencia de juicios morales. La cuarta consiste en que la autora logra que el lector “una vez que inicia la lectura del libro, (le) resulte imposible dejarla”.
¿Cómo conseguía esto último? La propia Barbara Tuchman dijo “En primer lugar soy una escritora cuyo objeto de estudio es la historia —afirmó—. El arte de escribir me interesa en igual medida que el arte de la historia. […] Me siento seducida por la sonoridad de las palabras y por la interacción de sus sonidos y su sentido”.
Barbara Tuchman abominaba de “los sistemas y de los historiadores inclinados a usarlos”. Estaba de acuerdo con lo que un reseñador anónimo del Times Literary Suplement afirmó: “El historiador que antepone su sistema a todo lo demás difícilmente puede evitar la herejía de preferir los hechos que mejor se amoldan a dicho sistema”.
A un entrevistador, en la década de 1970, le dijo: “No pertenezco al mundo académico en absoluto. Nunca hice un doctorado. Es lo que me salvó. Si hubiera conseguido un doctorado, habría sofocado cualquier capacidad de escritura”.
¿Cómo conseguía esto último? La propia Barbara Tuchman dijo “En primer lugar soy una escritora cuyo objeto de estudio es la historia —afirmó—. El arte de escribir me interesa en igual medida que el arte de la historia. […] Me siento seducida por la sonoridad de las palabras y por la interacción de sus sonidos y su sentido”.
Barbara Tuchman abominaba de “los sistemas y de los historiadores inclinados a usarlos”. Estaba de acuerdo con lo que un reseñador anónimo del Times Literary Suplement afirmó: “El historiador que antepone su sistema a todo lo demás difícilmente puede evitar la herejía de preferir los hechos que mejor se amoldan a dicho sistema”.
A un entrevistador, en la década de 1970, le dijo: “No pertenezco al mundo académico en absoluto. Nunca hice un doctorado. Es lo que me salvó. Si hubiera conseguido un doctorado, habría sofocado cualquier capacidad de escritura”.
Funeral King Edward VII. 20/05/1910. Library of Congress. |
En primer lugar, identificado el asunto (o tema) a trabajar, se comienza con una búsqueda anárquica de datos relacionados. Sin objetivo inicial, intentando evitar sesgos concretos. Se recopilan todos los datos que se vayan encontrando.
En el proceso se van identificando los datos aparentemente más relevantes. También se identifican aquellos datos que los expertos que han analizado el asunto con anterioridad han considerado más importantes.
En la cabeza se va elaborando un borrador de lo que se va consiguiendo. Este borrador se reforma casi con cada dato incorporado.
El borrador se elabora con una herramienta construida con las creencias, ideas y conocimientos previos. Es decir, con el conjunto del bagaje intelectual de cada individuo. Deliberadamente se mantiene una tensión entre un relato que quiere nacer y la negativa voluntaria a que ese relato se apodere del análisis.
Barbara Wertheim Tuchman (Britannica) |
El relato coherente se va modificando con la aportación de nuevos datos. La modificación no es lineal, sino que con la aportación y acumulación de nuevos datos la modificación va siendo cada vez menor. No hay una relación proporcional. Estaríamos ante una curva decreciente cuyas coordenadas son, por un lado, los datos nuevos (x) y, por otro lado (y), la modificación del grado de coherencia (aparente) del relato o modelo que se está construyendo.
Hay un momento en el que la incorporación de datos nuevos no genera conflictos en el modelo obtenido. Mas bien, sigue habiendo conflictos, pero estos van siendo de menor envergadura.
Este momento es crítico. Todo tiene que estar en la cabeza en tiempo presente. Ello exige un esfuerzo. Las piezas van encajando en el puzle. Este encaje depende de la energía (voluntad) cuando se está aprendiendo. Alcanzado cierto grado de experiencia el proceso se automatiza.
Esta automatización tiene un riesgo obvio. Hay que mantener un estado de alerta para impedir que los mecanismos automáticos fabriquen por sí solos el modelo final.
Aparte de este método de trabajo es preciso tener en cuenta otro factor relacionado con la contextualización de los datos.
Cuando se incorpora información de primer nivel, documentos, hechos incontrovertibles y asimilados, se realiza con datos “brutos”, datos sin manipular. En el momento en que estos datos se “cocinan” empiezan los problemas. El “cocinado” supone incorporar los datos al conjunto. Ahí se produce una pérdida de pureza. Esta pérdida es consecuencia de la incorporación al dato puro de un contexto que permita su interpretación. Otra pérdida se produce cuando el dato ya contextualizado se incorpora al conjunto del relato o modelo.
Hay que tener en cuenta que el dato aislado, o incluso contextualizado, está abierto a un conjunto de efectos que causa por sí mismo. Ese conjunto de efectos se reduce cuando se incorpora al relato o modelo. El modelo impone una secuencia lógica (o temporal, en su caso) que empobrece los efectos del dato (o evento).
El fenómeno se podría asimilar al concepto de entropía; es como si se aumentara el grado de desorden de un sistema.
Para evitar esa degradación, entrópica, hay que ir construyendo modelos en paralelo sin descartar ninguno salvo análisis a fondo. En ese momento tendremos tres líneas de trabajo, una de los datos sin “cocinar”, otra con un modelo coherente y una tercera con varias alternativas, más o menos viables, sobre ese modelo coherente.
Cuando se llega a un punto en que no hay más datos nuevos, “cuando se tocan las paredes del sistema”, es cuando podemos volver hacia atrás y empezar a trabajar sobre modelos y no sobre datos.
Todos los modelos que se hayan identificado (o construido) se hacen rular. Se comprueba, por contraste con el contexto global del ámbito en el que se está trabajando, cuál de los modelos se deteriora menos. Es decir, qué modelo resulta más verosímil.
Al final hay que escribir, describir, el modelo. Convertirlo en una estructura convencional transmisible e inteligible. Un relato más o menos atractivo; hay que lograr seducir al lector. Esta será la “prueba de fuego” definitiva. En este momento puede haber modificaciones o incluso se puede decidir volver a empezar si el modelo elegido no puede ser descrito correctamente. “De lo que no se puede hablar hay que callar” (Wittgenstein).
Tuchman decía que el proceso de escribir es «laborioso, lento, a menudo doloroso y, a veces, agónico. Requiere reformular las ideas, revisar el texto, añadir nuevos fragmentos, cortar, volver a escribir. Pero eso proporciona una sensación de excitación, casi un éxtasis, un momento en el Olimpo»
Barbara W. Tuchman era una “aficionada” en estado de gracia. Su inteligencia y su ingente capacidad de trabajo le permitió escribir libros memorables. Uno de los mejores, aparte del comentado, es “El telegrama Zimmermann” (1957). Versa sobre los planes alemanes acerca de una posible intervención de México contra Estados Unidos en plena Gran Guerra. Se lee con pasión, como una auténtica novela de intriga. La calidad de la escritura de Tuchman está refrendada por el hecho de que, décadas después de la edición de sus libros, se siguen publicando y leyendo.
La digestión “lenta” de los datos y su integración en un relato literariamente atractivo no es fácil.
Bibliografía
Barbara W. Tuchman, Los cañones de agosto. RBA Libros, 2022. ISBN 978-8491879473.
Barbara W. Tuchman, El telegrama Zimmermann. RBA, 2010. ISBN 978-8498677669