Cuenta Margaret MacMillan en “1914. De la paz a la guerra” (Turner, 2013) que, a principios del siglo XX y según un chiste de la época, las cinco instituciones perfectas de Europa eran el estado mayor alemán, la curia católica, el parlamento británico, el ballet ruso y la ópera francesa. Una de ellas, los ballets rusos, se gesta desde la mitad del siglo XIX como la diversión representativa (y de prestigio) de las clases dirigentes rusas. Pedro I el Grande (1672-1725) había establecido la enseñanza obligatoria del baile a los hijos de la nobleza. El ballet imperial ruso fue organizado a partir de la mitad del siglo XIX. Sus mejores coreógrafos, Marius Petipa (de origen francés) e Ivan Vsevolozhsky, montaron las realizaciones más típicas de su repertorio, las grandes obras de Chaikovski y de Alexander Glazunov.
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Interior con jarrón etrusco. 1940. Henri Matisse |
Los dos teatros que utilizó el Ballet Imperial, el Bolshói (Moscú) y el Mariinski (San Petersburgo), fueron también teatros de ópera. En el teatro Mariinski se estrenó en 1874 la ópera Boris Godunov de Modest Músorgski, basada en el drama de Aleksandr Pushkin (1799-1837), se trata de una obra que tiene un fuerte componente nacionalista ruso y que se consideraba inatacable gracias al prestigio de Pushkin. |
Henri Matisse y Léonide Massine junto al "ruiseñor mecánico" ("Chant du Rossignol", Stravinsky). Monte-Carlo, 1920. fotografía Joseph Enrietti.
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Boris Godunov, en una versión de Rimsky-Korsakov, se estrenó el 19 de mayo de 1908 en la öpera de París. Su productor fue Sergei Diaghilev (1872-1929), que se había formado en el entorno del Ballet Imperial ruso. El éxito provocó que fuera invitado para regresar al año siguiente. Diaghilev terminó montando los famosos Ballets Rusos, trayendo bailarines de Rusia, entre ellos el mítico Vaslav Nijinsky. Diaghilev, utilizando composiciones musicales revolucionarias, como las de Igor Stravinski, rompió moldes con los diseños y las puestas en escena. Su director artístico, hasta 1918, fue León Bakst (1866-1924). De Bakst es el diseño de la “Siesta de un fauno”, en 1912, (basado en un poema sinfónico de Debussy) y del traje que lucía Nikinsky en la obra. Otra de las producciones fue el “Canto del ruiseñor” (1920), basado en una ópera de Stravinsky. En ésta el diseñador fue Henri Matisse (1869-1954). |
Diseño Siesta de un fauno. 1912. Leon Bakst
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Las corrientes estéticas del siglo XX tienen una vertiente que los “grandes artistas” siempre consideraron menor, la que incide en las llamadas “artes decorativas”. Stravinsky, Bakst y Matisse configuraron un entorno nuevo. Recurrieron, en la búsqueda del arte puro, a lo exótico, a un cierto primitivismo. Es la antítesis de la Modernidad cubista y funcional, se rechazan las tesis de Adolf Loos (Ornamento y Delito, 1908). En este contexto, Matisse, que ya había revolucionado su época con un uso agresivo del color (“fauvismo”), pinta en 1909 La Danza. Se trata de un cuadro perturbador por su sencillez. Según Robert Hughes (El impacto de lo nuevo, 2000) “La danza es una de las pocas imágenes totalmente convincentes del éxtasis físico realizada en el siglo XX”. La cercanía estética entre La Danza y el traje de Nikinsky (Siesta de un fauno) es obvia, casi sobrecogedora. |
La danza. 1910. Henri Matisse
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Matisse, admirador de Gustave Moreau, Cezanne y Seurat, fue seducido por un discípulo de éste último, Paul Signac (otro puntillista), que en aquel momento vivía en Saint Tropez para que fuera al sur. Se instaló en Colliure (al lado de la frontera española) en 1905. Se queda fascinado por la luz de Mediterráneo. Crea composiciones llenas de luz y de alegría. Según Peter Watson “El objetivo de Matisse, en sus propias palabras, era el de «un arte del equilibrio, de pureza y serenidad, libre de elementos que causen inquietud o desasosiego... una influencia apaciguadora»”. |
Ventana abierta, Colliure. 1905. Henri Matisse.
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Matisse viajó en 1906 a Argelia y en 1912 a Marruecos. Ello unido a la luz del Mediodía francés le permitió ser el pintor del colorido de la Modernidad. Sus cuadros se adelantan a su época. Las enfermedades, a partir de 1941, le obligaron a montar sistemas de trabajo diferentes y a depender de sus ayudantes para la realización de sus obras. Sus trabajos de recortes con tijeras sobre papeles pintados con guache durante la guerra adelantan modas en la publicidad de los años 1950. |
Capilla del Rosario. Saint Paul de Vence. 1951. Henri Matisse.
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Su última obra, la que él consideraba más completa, fue la decoración integral de la Capilla del Rosario en Vence (1947-1951). Era un encargo que conectaba con el interés del catolicismo francés de posguerra por utilizar el arte moderno, el mismo caso que Notre Dame du Haut en Ronchamp de Le Corbusier. En la Capilla del Rosario diseñó todo, el altar, las vidrieras, las vestiduras sacerdotales. Matisse nos pone sobre el tapete el gran dilema: donde empieza y termina la pintura (el gran arte) y donde conecta con la decoración (al parecer un arte menor). Desde luego trabajó con auténtico entusiasmo en las artes decorativas. Creo que, precisamente, el Picasso posterior a la guerra mundial, que había colaborado activamente en su momento con Diaghilev, terminó haciendo lo mismo, más que pintar "cuadros" realizaba experimentos y montajes. El arte “pop”, Andy Warhol y Roy Lichtenstein son deudores de los caminos que Matisse dejó abiertos.