Durante muchos años conviví con “El imperio de las luces” de René Magritte (obviamente una reproducción). Me fascinaba no saber si representaba un amanecer o un atardecer; su calculada ambigüedad resultaba chocante. Cada elemento luminoso del cuadro, la farola, el cielo, las ventanas, el reflejo en el agua, tenía entidad propia, es decir, no estaba interferido por los demás elementos. Creo que es el cuadro menos metafísico de Magritte y sin embargo, como en todos los demás, te puedes extraviar en el proceso de analizarlo.
El imperio de las luces (L'empire des lumiéres), 1947-1954.
René Magritte. Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique.
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La tensión de la pintura occidental (siglos XV a XX) se constituye mediante dos principios. El primero afirma la separación entre representación plástica y referencia lingüística; las imágenes muestran la semejanza y los textos la diferencia. El segundo principio se refiere al aspecto representativo de la semejanza: “Lo que véis es aquello” (el lazo que une a la imagen con lo representado). Michel Foucault expone esta tesis en su ensayo sobre René Magritte, “Esto no es una pipa” (1981). En el ensayo concluye que Magritte incorpora a sus cuadros los signos verbales (dentro o en el título) y los elementos plásticos, pero lo hace al margen del segundo principio, que introducía el discurso, y lleva la inexistencia del discurso hasta la no identificación. Convierte el cuadro en un objeto inútil porque no intenta representar algo, o más bien, porque la interpretación del cuadro pasa a ser un bucle interminable.
Según Foucault: “Ligados por el marco del cuadro que los rodea a ambos, el texto y la pipa de abajo entran en complicidad: el poder de designación de las palabras y el poder de ilustración del dibujo denuncian a la pipa de arriba, y niegan a esta aparición sin puntos de referencia el derecho de hacerse pasar por una pipa, pues su existencia sin lazos la torna muda e invisible”.
Foucault culmina su ensayo diciendo que “llegará un día en que la propia imagen con el nombre que lleva será desidentificada por la similitud indefinidamente transferida a lo largo de una serie. Campbell, Campbell, Campbell, Campbell.”
Refiréndose a Magritte el crítico de arte Robert Hughes (El impacto de lo nuevo, Galaxia Gutenberg, 2000) dice: “Ningún pintor había llegado a argumentar que «Un cuadro no es lo que representa» con tanta claridad epigramática.” El mismo Hughes afirma sobre otro cuadro de Magritte, “La condición humana”, que éste último sugiere que el mundo real es una construcción de la mente. En el fondo estamos ante las tesis de Henri Bergson. Nuestra imposibilidad de percibir la realidad, el mundo, tal y como realmente es, nos provoca vértigo.
Jorge Luis Borges, con su agudeza habitual, indicó que en Tlön (Ficciones, 1944) el mundo no es un concurso (entendido como coincidencia, concurrencia, colaboración) de objetos en el espacio sino “una serie heterogéna de actos independientes”. “A contrario sensu”, Robert Hughes cita a Alfred North Whitehead: “El error conceptual que ha acosado a la literatura filosófica durante siglos es la noción de existencia independiente. No existe tal modo de existencia. Cada entidad sólo pueder ser comprendida en función de la manera en que está entretejida con el resto del universo”. Sin embargo, volviendo a ver “El imperio de las luces” me encuentro más cerca de Tlön que de mi propio mundo.