Nunca he logrado entender del todo al multiforme Le Corbusier (1887-1965). Uno de los grandes arquitectos del siglo XX, un visionario del mundo moderno, un diseñador de ciudades imposibles e inhabitables. Su vida evolucionó al unísono de las modas estéticas vigentes en su época.
Charles Jenks, en su (controvertido) ensayo “Modern Movements in Architecture” (1972) hace un retrato muy completo sobre el arquitecto y su obra. Lo describe diciendo: “Las fotografías de Le Corbusier suelen mostrar una mirada fría, de otro mundo, tras la pantalla de gafas gruesas y montura negra. Su rostro era siempre intenso, inflexible y, a veces, extremadamente trágico. Así son también sus edificios.”
Le Corbusier nacido en La Chaux-de-Fonds (Suiza) trabajó en los estudios de Auguste Perret y de Peter Behrens; en este último coincidió con Mies van der Rohe y Gropius. Participó en todos los avatares del Racionalismo; definió la vivienda como “La machine à habiter“. Impulsó los CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna). La Ville Savoye (1929) es el ejemplo ideal de racionalismo y adaptación al mundo del automóvil y de las nuevas técnicas de construcción.
Entre 1947 y 1952 construye en Marsella l’Unité d’Habitation; un edificio con 337 apartamentos, tiendas y diferentes equipamientos, prácticamente autosuficiente. Se trata de un manifiesto, de la expresión de sus eternos trabajos de planificación urbanística. Se integra en la idea de la “Ville Radieuse”, ciudad planificada con grandiosos espacios verdes entre enormes bloques de viviendas y permitiendo el transporte fluido. Como todas las utopías urbanísticas (empezando por las del siglo XVIII) terminaba siendo inhabitable a escala humana.
Entre 1950 y 1955 da un giro radical, construye Notre Dame du Haut en Ronchamp. Utiliza, como dice Jenks, “curvas secundarias y ameboides irrumpiendo y dominando la geometría primaria y ortogonal”. Realiza una obra casi mística, crea un espacio y un juego de luces y sombras que inducen a la meditación. Aparentemente rompe con el racionalismo. Sin embargo subyacen elementos del mismo lenguaje.
Le Corbusier se pasó toda su vida produciendo y planeando esquemas urbanos. En 1951 le llegó el encargo perfecto, el Gobierno de la India le encomendó la planificación de Chandigarh, la capital del Punjab. Se trataba de un asunto político, la puesta en escena de la nueva India independiente. Había que crear un objeto urbanístico que oponer al construido por el arquitecto Edwin Lutyens en Nueva Delhi para el Raj británico a fines de los años 1920.
Los edificios más notables de Chandigarh, el Tribunal Supremo y el edifcio de la Asamblea recogen lo más característico de sus dos épocas, líneas rectas y curvas armonizadas. Citando de nuevo a Jenks, “Le Corbusier ha originado aquí el tipo de espacio interior que ha ocupado a los arquitectos desde la época de Egipto y las vastas salas hipóstilas de Karnak“.
En octubre de 1974 Robert Venturi y Denise Scott Brown, inevitables debeladores del Movimiento Moderno, presentaron, en un Simposio organizado en Berlín, una comunicación que acababa diciendo: “Hoy, ya no definimos una casa como una máquina para vivir, sino que podemos definir la arquitectura como un refugio decorado”. A pesar de este corrosivo comentario Venturi consideraba que Le Corbusier había aportado una mirada fresca sobre las teorías arquitectónicas.